En San Vicente, en la finca de San Vicente, jugábamos escondidijo en el maizal e íbamos caminando a la quebrada. De noche, atrapábamos cocuyos y encendíamos una fogata. Ahí los tirábamos, en el fuego, y el fuego se ponía verde por un momento. Es cruel, sí, pero a veces las cosas crueles pueden ser bonitas.
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