martes, 28 de diciembre de 2010


Las cosas eran mejores cuando una caja de cartón o un globo bastaban para ir a cualquier parte.
Yo quería salir solo. Cuando salí, no me gustó.
Como no me gustó, me imaginé cómo me gustaría que fuera.
Ahora me gusta más.
Aunque a veces la realidad me sigue golpeando muy fuerte.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Y la navidad no es cosa de credo.
El diablo decora su árbol y baila alrededor. Baila los villancicos de Tartini.





domingo, 28 de noviembre de 2010


Las ideas, en un principio, no le pertenecen a nadie. Van por ahí, sueltas, como las señales de la radio.
Las ideas viajan por el agua de la ducha. Tienen forma de almohada y suenan como una conversación inocente. Están en el estampado de una camisa o en las sombras de la calle.
Las ideas, en un principio, no le pertenecen a nadie. Son enemigas a muerte del reloj despertador.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. La gata miró, muy concentrada, algo en el aire. La gata dejó de mirarlo. La gata pidió un mimo. La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta.

La gata hizo todo eso sobre la barriga de la niña. Lo hizo una y otra vez. Una vez. Dos veces. Tres. Cuatro. Cinco. Seis veces. Siete y ocho. La niña, en cambio, solo hizo una cosa. La niña solo se preguntó a qué hora había metido a esa gata boba en su casa. Esa gata tediosa y fastidiosa y melosa y asfixiante y bruta.

La niña solo hizo una cosa mientras la gata se revolcaba. La gata, en cambio, hizo muchas.

La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. La gata miró, muy concentrada, algo en el aire. La gata dejó de mirarlo. La gata pidió un mimo. Y todo lo hizo, otra vez, sobre la barriga de la niña.

Pero la gata no siempre fue así. La gata trataba con desdén a la niña. Huía. La arañaba si se acercaba. La gata le pasaba por el lado sin inmutarse al verla. La gata coqueteaba con otras niñas. Y la niña solo podía pensar: “gata malparida, te quiero”.

La gata no fue siempre tediosa y fastidiosa y melosa y asfixiante y bruta. La gata fue amada. La niña fue despreciada. Aunque después fue al revés.

El al revés fue culpa de la niña. La niña la conquistó. La acosó. Le dio duraznos y aguacates. Aprendió en cuál árbol tomaba la siesta de medio día y en cuál parque esperaba la noche. El al revés fue culpa de la niña. La niña la conquistó. La acosó. La gata cayó.

La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. La gata miró, muy concentrada, algo en el aire. La gata dejó de mirarlo. La gata pidió un mimo. La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. Y todo lo hizo, otra vez, sobre la barriga de la niña.

La niña se paró. Fastidiada. Tiró la gata al piso. Asfixiada. Salió de la casa. A prisa. Dejó las ventanas abiertas.

La gata entendió. Decepcionada. Salió por la ventana. Triste. “Miau”. Indignada.

A veces, en el parque, la niña se encuentra a la gata. La gata pasa por un lado de la niña y no se inmuta. La niña pasa por un lado de la gata y no se inmuta.

Luego de sus paseos por el parque, la niña llega a su casa. La niña va a su cuarto. La niña se tira sobre el sofá. La niña se queda dormida pensando en otra gata que nunca antes había visto. En esa otra gata que en la mañana le volteó la cara.

jueves, 4 de noviembre de 2010


Y así funcionan los prejuicios. Vamos a buscar culpables por un pez que nunca estuvo ahí.
Lo más fácil es echarle la culpa al gato.



viernes, 22 de octubre de 2010


Ay sí, ya sé. Todo esto resulta siendo una payasada, por lo menos la mía es una payasada de buen gusto.
¿Había necesidad de ser tan escandaloso? La escenita salió tan barata, tan ordinaria.
Amiguito, de verdad, con una cabeza así de hueca yo lo hubiera pensado dos veces. Lo más obvio era que, en lugar de caer, iba a flotar.
Esta mañana usted decidió suicidarse.
Se tiró del techo esperando chocar contra el piso y hacer un reguero de sangre que nadie iba a querer limpiar. Afortunadamente su cabezota llena de aire impidió el suicidio, pero el susto de estar volando lo mató de un paro cardiaco.
Una muerte más higiénica, todo hay que decirlo.
Me pidió ayuda, pero yo estaba muy ocupado cruzando la calle. Yo iba por ahí, tarareando una fastidiosa cancioncita que no me logro sacar de la cabeza.
Esta mañana usted se mató, y a mí me da lo mismo.
Yo sigo de largo. Usted sigue muerto.

domingo, 17 de octubre de 2010


La lluvia no es triste ni melancólica. La lluvia es divertida e hiperactiva.
Solo hay que ver cómo se entretiene con el pelo de los que no aceptan que son crespos. Solo hay que ver cómo pone a todo el mundo a correr.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Esto pasó esta tarde



Le pregunté a mi mamá si ella era una mujer feliz. Me contestó que a ratos.

Precisé la pregunta a si ahora mismo era feliz. Ella respondió que era feliz cuando Margarita - mi hermana - y yo estábamos bien, pero que sabía que yo estaba muy aburrido, por lo cual no estaba contenta.

Nos quedamos callados.

Retomé de nuevo. Dije que lo único que yo quería era que me atropellara un carro y olvidar todo.

Un rato después de eso encontré a mi mamá acurrucada, empujando una cosa hacía donde yo estaba parado.

–Déjese atropellar – me dijo, y un carro de juguete me pegó en el pie.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Paréntesis para un momento de histeria: Culpar a la casualidad y olvidar la causalidad




Me gusta pensar que son parásitos, que no es mi culpa. Opto por creer que algún tipo de gusano intestinal me tiene enfermo.

Me gusta creer que la hipoglicemia es la causa del mareo que me despierta en la mañana.

Me gusta creer que pasar tanto tiempo delante del computador ha hecho que la radiación me provoque un cáncer cerebral, un tumor, por lo menos irritación en los ojos, y es por eso que vivo con sueño, que no puedo concentrarme en nada.

Me gusta creer que no odio el periodismo, ni mi universidad, que simplemente no sabía lo que quería a los 16 años y cualquiera que hubiera sido la elección la iba a terminar odiando.

Me gusta pensar que es el equipo de sonido de mi vecina el que no me deja dormir, que el ruido no está en mi cabeza.

Me gusta pensar que es la crisis mundial, un problema de la economía global, la que me hace ver todo de manera negativa. Que es una depresión generalizada, que no es solo mía.

Me gustan las pajas mentales. Me gusta creer que mañana el dibujo me saldrá bonito y lo cuentos serán interesantes. Que seré un buen periodista. Que tendré una buena vida.

No me gusta pensar que no tengo talento, que soy indisciplinado, mediocre, inconstante, bruto y pretensioso.

Me gusta pensar que, si me caigo, me tengo que levantar. En realidad solo quiero quedarme en el piso durmiendo.

Me gusta pensar que no es mi culpa. Me gusta pensar que es el destino. Me gusta pensar que los católicos tienen razón.

Culpar a la casualidad, porque la causalidad me quedó grande.

Destruirme como única posibilidad para construirme. Reiventarme. Reciclarme.

Me gusta pensar que son parásitos. Por si las moscas, no tomo purgante. No quiero pensar que soy solo yo y mi vida.

martes, 21 de septiembre de 2010

Soy tan amargado que tengo hipoglicemia

El Ministerio de Defensa del País de la Glucosa mandó todas las tropas a una guerra a muerte contra los diabéticos. Los osos quedaron desprotegidos del ataque de un monstruo feroz que se los está devorando.

La popularidad del presidente va en caída.

lunes, 20 de septiembre de 2010


Advertencia: El dibujo de arriba tiene un lado chueco. La cartulina tenía un borde arrugado y no fui capaz de cortarlo sin que quedara torcido.
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La verdad es que sí, me gustan. Me gustan y mucho. Me gustaron cuando fui consciente de que el cielo estaba lleno de ellos. La verdad es que sí, me gustan los faros. Los faros de allá arriba que a casi todo el mundo le gustan, que casi todo el mundo sigue. Yo también quería gustarle a todo el mundo.

Pensé en construirme uno propio. Pero, para levantar cualquier edificio, uno necesita un terreno, y yo no tenía un terreno. Bueno, sí tenía uno, el único: mi cama.

Al principio, construí mal mi faro: Lo construí debajo de la cama. Lo puse ahí de forma inocente. Debajo de mi cama siempre estaba oscuro. Allí el faro siempre iba a alumbrar, pero nadie lo iba a ver. Yo quería que lo vieran y lo admiraran.

Lo puse encima de la cama.

Para mí, mi faro era el faro más hermoso del mundo. Pronto me olvidé de los faros de allá arriba porque, para mí, el único faro valioso era mi faro.

Me dediqué a mirarlo día y noche. A mirarlo como si no hubiera nada mejor. Era el único que existía y el más hermoso. Cuando la gente se acercaba no les prestaba atención porque solo había una cosa que valía la pena, lógicamente esa cosa no era la gente.

Me dediqué tanto a admirar mi faro que me volví ermitaño. Un poco amargado, tal vez muy.

– ¿Y éste qué?
– ¿Cómo que qué? ¿No has visto mi faro? Es el más hermoso del mundo.
– No. No lo he visto.

Se me había olvidado que tenía mi faro en la cama, y en toda mi vida nunca he llevado a nadie a mi cama.

– Ven, te muestro mi faro. Da la luz más hermosa del mundo.

– ¿Te has dado cuenta de que está agrietado? Y la luz que da solo es fuerte cerca del faro, no llega lejos. Este no es el faro más hermoso del mundo. Es una construcción descuidada.

Me di cuenta de lo que pasaba: Después de haber hecho mi faro solo me dediqué a mirarlo y a estar orgulloso de él. Nunca le hice mantenimiento a las estructuras.

Quedé desilusionado.

Esa noche salí a ver, por primera vez desde que construí mi faro, los faros de allá arriba.

Alcé la cabeza y no pude ver nada. Miré y no ví nada. La luz de mi faro me había dejado ciego de tanto mirarlo. Ahora no podía ver los faros de allá arriba.

Salí corriendo a buscar mi faro. Decepcionado. Lo desconecté.

Subí a la punta de la torre. A oscuras. A llorar que el mío, mi faro, no había sido el más hermoso del mundo. De pronto, vi unas lucecitas que, despacio, llegaban y se mezclaban con el agua que me salía de los ojos.

Me quedé ahí, sentado en la punta de la torre. Unos bombillos iban apareciendo allá arriba.

La verdad es que sí, me gustan. Me gustan y mucho.

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Pregunta para el lector:

¿Tiene algo de malo querer llevar una vida inútil?

jueves, 16 de septiembre de 2010

Hay que reinventar lo que se entiende por irreverente, por revolucionario. Ahora esas cosas vienen en paquetes prefabricados, con estándares de producción. Ahora, parece ser, son un lugar común.

Es como si lo original llegara envuelto en papeles de distintos colores pero con las mismas instrucciones para armar. Versiones paralelas, a veces contradictorias, del mismo objeto.

La misma cosa, la cosa original, replicada muchas veces. Rarezas iguales, en masas semejantes a otra masa de cosas que, con desdén, se le suele llamar “normal”. Como si ser normal fuera malo.

Locos autoproclamados, idénticos a todos los locos autoproclamados del planeta. Ser raro se puso de moda, en una moda donde todos los raros son igualitos.

La creatividad más perezosa que se puede concebir.

Escribir caperucita azul no tiene ningún merito, es solo un opuesto obvio.

miércoles, 15 de septiembre de 2010


- No seas tonta.
- No lo soy. En realidad tienen olor.
- Ah ¿Sí? Entonces dime ¿A qué huelen las estrellas?
- Las estrellas huelen a una luciérnaga que, durante una noche de luna llena, vuela entre un árbol de eucalipto. Un árbol de eucalipto que está en medio de un campo cubierto de hierba buena y jazmines.
- Esa es una linda estupidez.
- Siempre te han gustado.


sábado, 11 de septiembre de 2010

A Peter Pan le gustan las mariposas negras




Conocí a un pedófilo. No era una mala persona. Yo le decía traductor. Él me llamaba cuentista. Y si estaba enojado, si me quería insultar, me decía periodista.

A mi pedófilo le gustaba Frank Sinatra. Y Mozart. Y la literatura. Y los idiomas. Hablaba francés, inglés y ruso. También amaba el arte. Amaba a Da Vinci y a Miguel Ángel. Odiaba a Dalí. Decía que Picasso se aprovechó del esnobismo de su época para ser famoso. Amaba el whisky y la marihuana. Amaba que yo lo hiciera llorar y que las polillas se le pegaran en la cara.

Francisco era su nombre. Un nombre feo, la verdad. Tenía un nombre feo pero un bonito apellido español.

Este pedófilo, el mío, fue un criminal. Lo sé, pero no escribo esto para enjuiciarlo. Era drogadicto y mató a una persona: un tipo que quería defender la dignidad de su hermanito menor y terminó con su O+ regado en un andén.

Una vez, mi pedófilo me dijo que yo era igual a él. Yo no lo creo. Yo nunca he matado a una persona. No me gusta drogarme. No sé cuál es mi inclinación sexual y nunca he copulado con nadie, eso se lo dejo a los perros.

“Somos iguales”, decía, “los dos nacimos para la soledad”.

Hablábamos de política y de arte. También de nuestras vidas. De las cosas profundas y de las cosas triviales. “Esperáme me sirvo otro whisky que estamos hablando muy rico, ¿no querés uno?”. No, yo nunca quería whisky.

“Mi vecina no me deja dormir”, se quejó en alguna ocasión, “ya me quejé en la inspección de policía pero esa gente no va a hacer nada. Ayer subí a su apartamento y le tiré una bolsa llena de orines contra la puerta”. Yo le dije que la matara. “Claro que no”. Luego me hizo entender las cosas: “No somos tan diferentes”.

Yo a veces pienso qué se sentiría matar a alguien, pero no sería capaz de hacerlo. “No somos iguales”, repliqué.

Se metía con niños. No por maldad. “La gente pide proteger niños que ellos mismos maltratan”, solía decirme. “A veces esos cagones vienen aquí porque en la casa la mamá les está pegando, porque si no llegan con plata no les dan de comer, o porque simplemente no hay qué comer. Yo les abro la puerta de la casa y la puerta de la nevera. Se quedan a dormir o a jugar en el computador, ¡y no les toco un pelo! Vaya a ver cuántos hijueputas tratan a sus hijos como se los trato yo. La gente pide proteger niños que ellos mismos maltratan, les parece muy horrible que se vengan a dormir conmigo pero miran con asco a los niños del Centro que piden limosna, a veces ni los miran. Malparidos”. Él sabía lo que yo pensaba sobre eso.

“Por lo menos yo le puedo dar plata. Cuando me lo trajo, esa señora dijo que mejor yo que el padrastro”. Lo único que podía decirle era que dejara en paz a esos niños. “Yo amo a esos loquitos. Aunque ellos se aprovechan de mí”.

Es cierto, aunque suene cínico, se aprovechaban de él. Una vez un grupo de niños lo emborrachó durante varias noches, por varios meses, y le robaron todos los días. “Son unos gamines, pero ese es el verdadero sentido de la vida”. A mi me pareció justo que esos niños lo robaran. A él ni siquiera le importaba: “Yo no necesito mi plata. Es para ellos”.

“¿Para qué quiere la gente un cielo?” me preguntó un día. Yo respondí que la gente es tonta. Él estuvo de acuerdo. “A mí siempre me ha bastado con Louis Amstrong y su What a Wonderful World –le dije– yo no necesito un cielo”. “Niño, eso es porque eres aire fresco”.

Yo sabía que él me quería. Eso me hacía sentir culpable. Solo pude pedirle que si llegaba a cometer un nuevo crimen no me lo contara. “Si tú me lo pides, no le hago nada a nadie”.

Él me quería y yo lo quería. Era la persona más encantadora que había conocido en mi vida. Que me perdonen mis amigos, que son muy pocos y los quiero mucho, pero el único ser humano que ha entendido completamente cómo soy es un pederasta criminal.

“Cuentista, te estoy haciendo caso. Hace tres meses que no toco a un niño”. Sonreí y no dije nada.

“Me voy a ir a vivir a Europa. Es el continente que más me gusta y quiero morir viendo castillos”. No supe nada de él en un año completo.

Volvió a aparecer un día.

“Extraño tus cuentos”, fue lo primero que me dijo. Yo también lo había extrañado.

Peleamos. Una vez. Nos odiamos aquel momento.

– Todos esos son unos gamines hijos de puta – le dije.
– No lo son – contestó.
– Claro que sí, Francisco, sí lo son, aunque algunos niñitos de ahí te maten.
– Los de las barras bravas del Nacional sí entienden la vida.
– No creo, son solo unos gamines hijos de puta que hay que matar. A esos y a la hinchada de los otros equipos.
– Tú piensas que la vida solo es arte. No entendés la vida.
Yo podía tolerar su pedofilia, su drogadicción, que fuera un asesino, que le gustara tener polillas pegadas en la cara, pero no iba a soportar que dijera que el arte no es el sentido de la vida.

– La cagaste y te voy a joder. Porque eres un viejo patético y te vas a morir solo. Y vas a estar borracho y se van a aprovechar de vos. Viejo asqueroso. Te usan, por plata. Además sos ridículo. Y sos un gamín peor que todos esos gamines a los que les das por el culo. Deberías coger un revólver y meterte un tiro. Borracho inservible.

– No me fregués la vida, periodista de mierda.

No volví a saber de él.

No sé si se mató. Es posible. Una vez, por un mal entendido, lo dejé al borde del suicidio. Lo sé porque él mismo me lo dijo. Pero la última vez, lo de viejo asqueroso, borracho inservible, no fue un mal entendido. Fue literal.
Me gusta creer que se mató, sería gentil de su parte. Es posible que lo hiciera.
Yo te quería mucho, Francisco. En verdad lo hacía. No debiste meterte con la cosa que más amo.


Pienso en ti como si fueras un libro que leí hace mucho. Eres una bonita imagen de un hombre viejo caminando por una vieja calle en un viejo continente. Un lindo recuerdo de un tipo que escucha a Frank Sinatra mientras una polilla se le pega a la cara.

My Way sería la precisa, pero no queremos ser correctos ni puntuales. Solo divertidos. Aunque sea por un rato, aunque sea por vos. Aunque no sea la que debe ser.

miércoles, 8 de septiembre de 2010


En San Vicente, en la finca de San Vicente, jugábamos escondidijo en el maizal e íbamos caminando a la quebrada. De noche, atrapábamos cocuyos y encendíamos una fogata. Ahí los tirábamos, en el fuego, y el fuego se ponía verde por un momento. Es cruel, sí, pero a veces las cosas crueles pueden ser bonitas.


sábado, 4 de septiembre de 2010

Josefina se murió de lujuria


Llegó con un señor que pasó vendiendo limones. Mi hermanita se la pidió regalada, el señor se la regaló.

Venía apestada, yo pensé que se iba a morir. Ni siquiera creí que durara lo suficiente para que le pusieran un nombre.

Le voy a poner josefina – Dijo Margarita, mi hermanita.

Eso es nombre de gallina – Dije.

¡Por eso! Yo siempre he querido una gallina que se llame Josefina – respondió ella.

Margara, boba, eso es una codorniz, no una gallina – la corregí.

¡Ay! Pues yo sé. Si yo fui la que le explicó a usted qué animal era.

No importó que no fuera gallina. Le pusieron Josefina. Ave de corral, al fin y al cabo.

Yo estaba casi seguro de que Josefina solo iba a durar una semana, se le notaba lo enferma. Además, nos tenía miedo a todos, no se dejaba coger de nadie. Vivía metida en un rincón. Apenas caminaba. Era atolondrada.

El animalito no se murió. De hecho se volvió muy vigoroso. Tanto que, quien saliera a la terraza de mi casa, lugar donde la dejaron, tenía que huir de Josefina porque ella se tiraba a picotazos contra cualquiera. Era rapidísima. Nos perseguía, a todos: A mi mamá, a mi papá, a mi hermanita, a mí. A la visita. A quien fuera. A veces para picotearnos, a veces solo se nos arrimaba y se quedaba cerquita.

Empezamos a escuchar a un pájaro cantar muy fuerte, nadie sabía de dónde venía el sonido. Nos asomábamos por la ventana buscando algún ave rara, grande y colorida, a la que le perteneciera esa forma de cantar, pero nunca vimos ninguna. A ninguno se nos ocurrió que semejante grito de pájaro viniera de una cosita tan pequeñita como Josefina.

Las hembras no cantan, solo los machos – explicó mi hermanita.

Así, pues, a alguien le pusieron mal el nombre.

Josefina, que en realidad era un Josefino pero todos le seguíamos diciendo Josefina, pajarraco travesti, era bastante divertida para ser solo una codorniz.

A veces, literalmente, caminaba empinada, sigilosa, con la cabeza baja, no exagero, y atacaba de sorpresa. Otra veces, cuando la íbamos a coger, brincaba, furiosa, furioso, como un gallo de pelea.

Aprendió a subir y a bajar escaleras. Esto, para poder perseguir gente.

Solía bajar hasta mi cuarto, llegaba piando, como un pollito, se arrimaba a la silla del computador y se me paraba en los pies. Yo cogía a Josefina y me la ponía en la barriga, encima de la camisa, y ella, él, se quedaba ahí, dormida, mientras yo hacía trabajos para la universidad.

Se paraba en las patas de la cama y brincaba para que la subieran. Jugaba con las cobijas. Jugaba a escarbar en las cobijas, como si pudiera hacerse un nido en ella.

Le gustaba jugar en las materas. La terraza está llena de matas y materas, y la tierra vivía en el piso. A veces la acostábamos en la hamaca. Nunca la sacamos al jardín del frente porque nos daba miedo que, en un descuido, se fuera o se la comiera un gato.

Josefina sufrió bullying de las tórtolas que le quitaban el cuido. Las tórtolas eran más grandes que Josefina y no la dejaban arrimar al plato con los granos de comida. Siempre había varias tórtolas vigilando el plato. Todas huían despavoridas cuando alguien salía a la terraza, solo entonces Josefina se mostraba valiente.

Lo más inquietante, por llamarlo de algún modo, es que mi papá era la hembra de Josefina. El animalito lo sentía cerca y se le tiraba a echarle un polvo. No lo dejaba en paz. Corría detrás de él. Se le metía entre las piernas mientras caminaba. Se le montaba, le clavaba el pico en el zapato, o en la mano, aleteaba, y dejaba una espumita blanca.

Josefina se follaba a mi papá cada vez que lo veía. Mi papá se dejaba.

Pero esa vida de excesos sexuales con mi papá llevó a Josefina a la muerte.

Un día, mi papá, saliendo de la casa, no vio que la codorniz se arrimó para la sesión normal de sexo que siempre tenían. ¡Tas! La piso.

La codorniz quedó tarada, no se movía, pero aún estaba viva. Margarita, mi hermana, salió con ella al veterinario. Allí, en el consultorio, murió de un paro respiratorio producto del pisotón, producto de sus afanes por el coito.

Josefina se murió, dos años después de haber llegado a mi casa, de lujuria.

Aún la extrañamos.

jueves, 2 de septiembre de 2010




-¿Qué es eso?
-Un atardecer.
-Es una jirafa en llamas.
-No, es un atardecer.
-…
-…
-Las cosas amarillas ¿son?
-Trigo.
-¿Con tomates?
-Fresas.
-¿Una jirafa?
-Una nube en forma de jirafa.
-Lo morado de arriba, ¿qué es?
-La noche que empieza a caer.
-…
-…
- O sea que, el atardecer es un campo de trigo del que se cosechan fresas, ¿correcto?
-Ujum.
-Le doy hasta mañana para que lo vuelva a traer.
El niño cerró el cuaderno de dibujos y le dio la espalda a su profesora.
- Vieja gorda - pensó mientras regresaba a su pupitre.

lunes, 30 de agosto de 2010



Hoy las musas no llegaron, deben estar de fiesta y no me invitaron. Me dejaron plantado. Quién sabe con quién andarán.

Hoy el cerebro gritó: “sí, sí puedo”, pero la mano le respondió: “¡Ja! Iluso, no te voy a dejar”.

Si las musas vienen a tocarme la puerta a la media noche no les voy a contestar, voy a tener dignidad. Que se vayan a un hotel.

Hoy me voy a dormir enfadado. Musas malparidas.

jueves, 26 de agosto de 2010

Tu amorcito se iba a las siete de la mañana y llegaba a las ocho de la noche. Era un buen esposo ese amorcito que ella tenía.
Entre las siete de la mañana y las ocho de la noche no pasaba mucho en tu vida. Vete a mercar y manda a limpiar. Compra flores, que se ven muy bonitas en la mesa. Dobla las toallas y habla un rato por teléfono, te lo mereces. Pon el programa de radio, canta. Entretente. Solo es la una de la tarde. Pastel de mandarina en la casa de la amiga. Mamá chismosa que llama a toda hora. La de la telenovela tiene cáncer, ¡ay!, te pones a chillar. "Es que es un caso de la vida real".
Entre las ocho de la noche y las siete de la mañana no pasaba mucho tampoco. Saludo de beso. Sirve la comida. Sexo convencional y finge un orgasmo. Él, a roncar.
Tu amorcito es un buen esposo. Tú eres una buena queridita. Todo es muy bonito. Los pajaritos cantan.
Pero mujer, ¡por dios!, que tú querías ser artista. Saliste medio bruta, pero ahora eso no es impedimento.
Hacer estantes en forma de vaquita para guardar sabanas no era precisamente lo que buscabas. La brocha de la sombra para ojos está un poco cerca, pero tampoco.
Te jode. Es que se te nota. Las buenas queriditas de sus amorcitos no fuman. Se te nota. No se comen las uñas ni se masturban. Pequeña puerca.
Pero tu amorcito lo entenderá. Tú también tienes derecho a una carrera. A una vida.
Lo sientas al otro lado del sofá a las ocho treinta. Luce lindo, es un maridito bonito. Pero la que se tiene que ver linda eres tú. Tomas la cámara fotográfica, auto disparador a diez segundos, te sientas. Dispara.
Ahora todo resuelto. Lo de tu amorcito fue fácil.
Han pasado varios días desde que hiciste tu primer trabajo y vaya escándalo que ha despertado tu obra en la prensa. ¡Es magnifica! Estás sentada leyendo las páginas de crítica de arte. Te aman. Pero es peligroso decirlo en público. Te aman en silencio. Grande. Artista. Genio.
“Retrato de una mujer mirando un cadáver” es una pieza exquisita. Todos lo saben.
Sentada en la celda sin mucho para hacer. ¡Qué más da! Por lo menos ahí no hay toallas para doblar.

martes, 24 de agosto de 2010

Desde que te fuiste todo ha cambiado. Ahora las arañas no tejen en mi habitación y las paredes se han descascarado por la humedad que les produjo mi llanto.

Hace un momento encontré unas mariposas muertas detrás de la cortina de la ventana por la que te espié. Es extraño, desde el día de tu partida ya no vienen para hacer sus capullos, sólo vienen a morir. Debe ser porque la música que solía escuchar en las tardes ahora la aborrezco, o quizás dejaron de venir cuando empecé a cortarles las alas. No quiero que nada se vuelva a ir de mi lado.

Esta mañana salí a dar un paseo por el parque. Sonreí cuando vi el árbol en el que enterré al perro. ¿No lo sabías acaso? Lo maté una semana después de que te marchaste. No soporté oír sus ladridos en la noche. Los ladridos que tú callabas y luego nadie pudo callar.

Te siento tan lejana que ya ni recuerdo cómo eras. Sé que no tenías bellos ojos, ni un lindo pelo. Sé que no eras bonita. Siempre me pareciste muy evanescente. Amorfa. Eras como una bola de papel arrugado. Pero así te quería yo. Fea.

No he vuelto a bañarme. No lo he vuelto a hacer porque la ducha me recuerda la lluvia, y la lluvia me recuerda nuestros paseos invernales, caminando por un andén vacío mientras la gente se escondía del agua. Ahora que lo pienso bien, eso nunca pasó. Tal vez lo soñé o lo vi en alguna película. ¿Importa eso ahora? Te extraño igual.

En mi vida no ha ocurrido nada que valga la pena de ser contado. El suceso más importante es que te fuiste. Después de que marchaste, nada. Creo que he perdido el tiempo, no sé dónde está o por qué estaba cuando lo perdí. ¿Estaba por ti? A lo mejor sí. El tiempo se debe aburrir conmigo. El hecho es que se perdió, tal vez mañana lo encuentre. A lo mejor solo tenga que comprarle baterías al reloj.

Baterías para el reloj y un cepillo de dientes. No me he vuelto a cepillar, es que odio las sonrisas.

¿Recuerdas que prometimos que el primero en morir cobijaría en las noches al que estuviera vivo? Vigilaríamos el sueño del otro sentados desde el marco de la ventana. La promesa no la podré cumplir, yo ya no sé dónde está tu cama.

El perro sigue ladrando.

A veces te siento entrar con una vela en la mano. Puras tonterías mías


Nota: El anterior es un monólogo que escribí hace mucho tiempo. Alrededor de los 16 años (ahora tengo 21). Para publicarlo aquí tomé algunos párrafos y excluí otros, que incluían una borrachera y un suicidio, entre varias linduras. Éste es el estilo con el que yo escribía cuando era más pequeño. Ahora que lo leo, me parece que carecía de sinceridad, que era una historia decorada con barroquismo y que no tenía estructura, pero que tenía unas ideas muy bonitas, básicamente las ideas que dejé aquí.

Me pregunto si, dentro de unos años, las cosas que escribo ahora las veré del mismo modo.

sábado, 21 de agosto de 2010























Me reprocho mucho que en los últimos años mis capacidades para hacer cosas no hayan mejorado de manera notoria. La foto de arriba la tomé en el 2007, la de abajo la tomé hoy. Verlas juntas me hace pensar que estoy muy equivocado.

jueves, 19 de agosto de 2010

Mí con yo.

Este es un texto de mi amiga Camila Vera, con quien inicié mi carrera en periodismo por allá en el 2006. Con ella comparto eso de ser engreídos, acomplejados y official haters del pregrado que elegimos (valga aclarar que odiamos la forma en que nos enseñan el periodismo, si es que eso es enseñar, mas no el periodismo (por lo menos no el bueno, porque hay unas birrias de publicaciones…)). También comparto con ella el hecho de arrastrarnos perezosamente durante este semestre con el fin de alcanzar un titulo que, tal vez, no vamos a usar. ¿Si no lo vamos a usar para qué lo queremos? Porque somos engreídos y no nos va a quedar grande la carrera. Además, de pronto, nos da por usarlo, uno nunca sabe.

El siguiente fue un trabajo que ella debió realizar en la Central Minorista de Abastos – una plaza de mercado de Medellín –. El ejercicio consistía en elegir una pareja, vendarle los ojos y guiarla por el sitio. Luego, intercambiar los papeles. El típico ejercicio bobo de ver el mundo de manera distinta, aunque uno lleve toda la vida viendo, oliendo, tocando y comiendo tomates y lechuga. La obviedad esa de los cinco sentidos, lo cotidiano, y el nuevo periodismo que, nuestros profesores no se han dado cuenta, se convirtieron en un cliché y ya están bastante trillados.

Lo que me gustó de este texto es la forma como rompe los esquemas gastados con que los estudiantes de periodismo de la Universidad de Antioquia están acostumbrados a escribir crónicas (No todos, obvio, pero sí muchos). Lógicamente el siguiente no es un trabajo como para un premio Pulitzer, pero a mi me hace reír y con eso me basta.

Aclaro que la opinión antes vertida, de manera venenosa, es mía. La autora del trabajo puede no estar de acuerdo con todo lo que yo digo (como viene siendo natural desde que la conozco).

Después de mi cháchara, ahora sí, el trabajo:

Maria: Con que esto es ser ciego.
Camila: No.
Maria: Ser ciego es una realidad, no una aventura.
Camila: Hoy no ver es nuevo, y se acaba en media hora, no te creas la del braille.
Maria: Y ahora qué hago.
Camila: Pues esperá a que te guíe el nuevo “amigo”.
Maria: Eso de no conocer a nadie de la clase sí es muy maluco.
Camila: Y usted, que se le inventó a la psicóloga que ya tenía un nuevo amigo. El pobre ni sabe que es su amigo.
Maria: Ni que necesito psicóloga.
Camila: En fin. Que toqué allí. Un papel. Que toque allá. Un tomate.
Maria: Más emocionante cuando uno estaba en el colegio y lo ponían a probar las cosas.
Camila: Boba. Que a usted ya los escrúpulos no la dejan probar nada que no vea.
Maria: Eeeh, pero al menos toco.
Camila: Y qué, entonces paseamos y vemos y ya después le toca al otro.
Maria: Sí.
Camila: Pero no se anula la caminadita.
Maria: Sí, pero me quiero graduar.
Camila: Ni modo.
Maria: Ve la guanábana es blandita. Puta. Me enterré una cosa en el dedo.
Camila: Jajajaja. ¿Va pa’ urgencias después?
Maria: Fijo se me hincha.
Camila: Qué va, un chuzo cualquiera.
Maria: ¿Cualquiera? La gente se muere de cosas como esta.
Camila: La gente. No usted. Camine bien, amotriz.
Maria: ¿Qué más?
Camila: Repetitivo, aburridor, más emocionante ir a mercar.
Maria: Comprar cositas.
Camila: Acose.
Maria: No me hacen caso.
Camila: Fó. Queso.
Maria: Me voy a quedar sin pestañas.
Camila: Jum, y esas que no vuelven a crecer.
Maria: Ay, puta.
Camila: Sin novio, sin pestañas y con los ojos sudados. Hecha mijita.
Maria: Pero no pasas ni una.
Camila: Pa’ que habla sola.
Maria: La verdad, que pensaba que este era un lugar como más tenebroso.
Camila: Empelículada.
Maria: Pues sí, pero pa´ tocar aguacates y que las manos me huelan a cebolla, tiempo sobra.
Camila: Pero te querés graduar.
Maria: Ahh sí, eso sí.
Camila: Toque.
Maria: Flores secas.
Camila: Toque.
Maria: Papas.
Camila: Toque.
Maria: Una barriga.
Camila: Acose.
Maria: Ya.
Camila: Guiemos.
Maria: Que él también huela queso.
Camila: Fó. Con razón Eliza no come.
Maria: Pero vos sí, le decís que no te lleve a la carne, y lo primero que haces cuando ves es meterte acá.
Maria: ¿Pero que más papas puede uno tocar?
Camila: ¡Qué toque limones!
Maria: Ay, no, será que en ese mismo camión venía la carne de mi almuerzo.
Camila: De eso sí te morís.
Maria: A qué sí.