I
Se quedó abierta toda la noche. Las demás dormían, con los pétalos cerrados.
Se quedaba abierta todas las noches. Las demás dormían, con los pétalos cerrados.
II
– Largo de aquí, abeja – gritó una.
– Fuera de aquí, mariposa. – chistó la otra.
– ¡Ahí vienen las mariconcitas! – advirtió, preocupada, la más tonta.
– Mariquitas – corrigió la señorita sabelotodo.
Todas esperaban una abeja galante. Una mariposa de una sola flor. Una mariquita que no fuera tan gay. Todas esperaban al Señor Insecto, al masculino y educado bicho digno de polinizarlas. Recibirían solo a uno, se casarían con él, y serían felices.
– ¡La moral! – dijo una.
– ¡Sí!, ¡la moral! – respondió la otra.
– ¡La familia y los principios! – graznó la más gorda.
– Flores de un solo bicho – contestó, suavecito, la más tímida.
– ¡Tontas! – gritó la más hermosa.
– ¡Prostituta! – gritaron, al unísono, las demás.
III
– ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! – coreaban.
Y sí que lo eras. Tú, la flor más hermosa, eras, ante las demás, una furcia.
– Las furcias cobran – precisó una –, ella lo hace gratis.
Tú lo eras, flor más hermosa, eras la puta, la puta gratuita.
La puta que, descaradamente, le daba su néctar a cualquiera. La que se dejaba polinizar de todas las abejas. La que prestaba sus pétalos al apareamiento de las mariposas. La que alimentaba a las mariquitas.
– ¡Las mariquitas están enfermas! EN-FER-MAS – dijo, indignada, la santurrona –. No es normal que se casen entre ellas, ¡NO ES NORMAL!
De noche te quedabas abierta, mientras las otras dormían. Las abejas obreras escapaban de sus colmenas y te polinizaban. Eso te gustaba. Te gustaba que te polinizaran. Que te polinizaran toda la noche y todo el día. Una tras otra. Sin descanso.
También te emborrachabas con los cucarrones y las moscas. Ellos traían bolitas de mierda y se sentaban en tus pétalos, y en tus hojas y en tu tallo. Y zumbaban, y comían mierda, y comías mierda. Eso te hacía más hermosa.
Y las mariposas se revolcaban en tus pétalos. Se apareaban sobre ti. Ya no parecías de un solo color. Eras de todos los colores de las mariposas.
Te polinizaban. Te emborrachaban. Se apareaban sobre ti. También te contaban sus aventuras, sus vidas de bichos. Ellos te hacían sentir como si no estuvieras sembrada, como si pudieras moverte. Y tú sonreías, y escuchabas, y comías mierda, y te ponías cada vez más hermosa y más viva. Volabas como ellas, aunque estuvieras amarrada a la tierra.
IV
– No sean tontas – dijo la flor más hermosa –, las flores somos hermosas y divertidas. Somos alegres y extrovertidas. Somos amadas y admiradas. No somos esposas ni somos aburridas.
– ¡Puta! ¡Enferma! ¡Detestable! – gritaron las otras flores.
– Si soy tan puta, enferma y detestable, no hablen de mí – respondió, enojada, la flor más hermosa.
– ¡Lo haremos! ¡No hablaremos de ti! – gritaron, de nuevo, las otras flores.
Las otras flores solo vivían para dos cosas: pensar en la galante abeja que aún no aparecía, y criticar a la flor puta.
Por varios días las otras flores se murieron del tedio, se quedaron mudas.
V
La flor más hermosa no guardaba rencor contra las otras flores.
En una ocasión, viendo que las demás morían por falta de abono, le pidió a los cucarrones y a las moscas que dejaran bolitas de mierda cerca de los tallos de sus vecinas mojigatas. Así lo hicieron las moscas y los cucarrones.
Al principio, las otras flores se negaron a comer. En todo el día le dieron la espalda a las bolitas de mierda y hacían de cuenta que no estaban allí. A la mañana siguiente, las otras flores estaban hermosas. Las bolitas de mierda habían desaparecido.
Pero la flor más hermosa también era una flor traviesa.
En otra ocasión, pidió a los gusanos que se pararan debajo de las otras flores. Luego, le dijo a las mariposas que atrajeran a los pájaros. Cuando los pájaros vieron a los gusanos se lanzaron a cazarlos, revoloteando sobre las otras flores. Faltando poco para que los gusanos fueran comidos, las abejas salieron a picar a los pájaros, quienes huyeron y no volvieron.
– ¡Detestable! ¡Detestable! – gritaban las otras flores – Por tu culpa, prostituta, el pájaro ha venido. Y, mientras trataba de cazar los gusanos, nos ha dejado todas despeinadas.
La flor más hermosa reía.
VI
El tiempo pasó, como pasa sobre todo ser viviente.
Las otras flores habían retomado el hábito de criticar a la flor más hermosa, a gritarle puta y reprocharle su vida. Retomaron el hábito porque en sus vidas no pasó nada. Porque nunca pasó la abeja galante. Ni la mariposa de una sola flor. Ni una sola mariquita que no fuera tan gay. Y no pasaría, porque a la mañana siguiente se marchitarían, porque ya no habría abejas ni prostitutas. Todas estaban tristes. Muertas antes de tiempo. Cerraron sus pétalos, por última vez, tan pronto el sol se puso.
– Mañana moriré – dijo la flor más hermosa –. Así que traigan mierda, y tomen mi néctar y acuéstense sobre mis pétalos. Hoy celebraremos, sin tristezas, que mañana moriré.
Todos los bichos, aunque melancólicos, sonrieron. Y se posaron sobre ella, con todos sus colores.
La flor más hermosa fue, aún, más hermosa.
VII
– Mira que flor más hermosa – exclamó la mujer.
– Mira todos los bichos – exclamó el hombre.
– Es la única que aún no se marchita – dijo la mujer.
– Las otras flores están muertas – dijo el hombre.
Se inclinaron sobre la flor, y la flor, moribunda, sonrió.
VIII
Momificada entre dos vidrios está la flor más hermosa. Fue el anillo de compromiso que el hombre no pudo pagar en su época de universidad.
Momificada, entre dos vidrios. Puesta sobre la mesa del centro de una sala. Ajada y café. Seca y muerta.
– ¿Quién es esa? – preguntan las flores de los floreros.
– La flor más hermosa –responden las moscas.
Las moscas cuentan, siempre, la vida de la flor más hermosa a las flores de los floreros. Éstas, por un momento, olvidan que son enfermas terminales con el tallo amputado. Éstas, por un momento, se sienten la flor más hermosa. La puta capaz de volar aunque esté amarrada a la tierra.
IX
La flor más hermosa, muerta pero igual de bella, sonríe.
esta muy bakna la historia sigue asi
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