lunes, 8 de noviembre de 2010

La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. La gata miró, muy concentrada, algo en el aire. La gata dejó de mirarlo. La gata pidió un mimo. La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta.

La gata hizo todo eso sobre la barriga de la niña. Lo hizo una y otra vez. Una vez. Dos veces. Tres. Cuatro. Cinco. Seis veces. Siete y ocho. La niña, en cambio, solo hizo una cosa. La niña solo se preguntó a qué hora había metido a esa gata boba en su casa. Esa gata tediosa y fastidiosa y melosa y asfixiante y bruta.

La niña solo hizo una cosa mientras la gata se revolcaba. La gata, en cambio, hizo muchas.

La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. La gata miró, muy concentrada, algo en el aire. La gata dejó de mirarlo. La gata pidió un mimo. Y todo lo hizo, otra vez, sobre la barriga de la niña.

Pero la gata no siempre fue así. La gata trataba con desdén a la niña. Huía. La arañaba si se acercaba. La gata le pasaba por el lado sin inmutarse al verla. La gata coqueteaba con otras niñas. Y la niña solo podía pensar: “gata malparida, te quiero”.

La gata no fue siempre tediosa y fastidiosa y melosa y asfixiante y bruta. La gata fue amada. La niña fue despreciada. Aunque después fue al revés.

El al revés fue culpa de la niña. La niña la conquistó. La acosó. Le dio duraznos y aguacates. Aprendió en cuál árbol tomaba la siesta de medio día y en cuál parque esperaba la noche. El al revés fue culpa de la niña. La niña la conquistó. La acosó. La gata cayó.

La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. La gata miró, muy concentrada, algo en el aire. La gata dejó de mirarlo. La gata pidió un mimo. La gata se revolcó. La gata se acicaló. La gata ronroneó. La gata se quedó quieta. Y todo lo hizo, otra vez, sobre la barriga de la niña.

La niña se paró. Fastidiada. Tiró la gata al piso. Asfixiada. Salió de la casa. A prisa. Dejó las ventanas abiertas.

La gata entendió. Decepcionada. Salió por la ventana. Triste. “Miau”. Indignada.

A veces, en el parque, la niña se encuentra a la gata. La gata pasa por un lado de la niña y no se inmuta. La niña pasa por un lado de la gata y no se inmuta.

Luego de sus paseos por el parque, la niña llega a su casa. La niña va a su cuarto. La niña se tira sobre el sofá. La niña se queda dormida pensando en otra gata que nunca antes había visto. En esa otra gata que en la mañana le volteó la cara.

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